Guardaba en mi recuerdo aquella
sensación, que como siempre era más dulce y más amable. Aquella experiencia que
cada doce meses, aproximadamente, decide pasar un tiempo en mi casa y en la de mi
vecino y en la del desconocido.
Acostumbra a traerme caldo caliente, algún que otro bendito mejunje, y
ajo con aguardiente, que hace que mi cuerpo tiemble, no por miedo, me tengo por
valiente. Entra como siempre en silencio, rompiendo el silencio de mi alcoba. Él
me lo roba, sin pagar condena pero yo soy quien cumple el encierro para inducir
a su destierro. Pero de poco sirve que
le ruegue que no vuelva, que me olvide, porque como siempre cumple lo prometido
“volveré”, y vuelve.
Sudores, temblores y sin sabores me
regala para complacerme cuando en la cama me acompaña, durante tres o cuatro
días, o una semana, solo él decide cuando se marcha de mi casa, de mi cama. Hoy
he abierto mi ventana, esta noche pasada me ha parecido oír cómo se aproximaba,
la música ha robado el silencio de mi casa, y en mi cama… la manta he retirado,
tal vez de ella es de quien se ha enamorado.

Mi amigo resfriado, o gripazo, que
hemos hecho para que tu odio caiga en nuestra casa o en la de mi vecino o en la
del desconocido y como si fuera una venganza, en ellas te apalancas. Corre,
marcha, aquí nadie te ama. Apago la luz y me hago la dormida, no quiero que te
cueles entre mis sábanas blancas.
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